"La ribera desnuda": Individual fotográfica del 3 al 27 de setiembre de 2014, Perú


El entorno plácido de Sandro Aguilar
Las dificultades de los artistas se plantean, generalmente, en relación a su entorno. No se sienten cómodos o despierta en ellos cierta molestia. Esto no sucede, sin embargo, en las fotografías de  Sandro Aguilar. La explicación puede deberse a su espíritu generoso, sosegado, armonioso, que lo lleva a establecer lazos tranquilos con las personas y, sobre todo, con el paisaje en el cual se encuentran. Las aguas, si están, son las de un lago reposado. Si distinguimos un animal será la vaca quieta y de espaldas, mirando en lontananza. El paisaje retiene el tiempo. Lo coge en su puño y lo eleva hacia unos contornos diáfanos pero no necesariamente precisos. Es el paisaje detenido, no solamente en la fotografía sino atrapado en una quietud impregnada por la mirada del artista, quien no busca la belleza en la estilización de la imagen, lo hace a través de la búsqueda de una cierta existencia que perdura a los cambios. No es, por cierto, el paisaje urbano. Es el mundo del campo, de los lagos, de las casas a la distancia. Sus fotografías recuperan una brisa perdida.
Su mirada indaga la belleza, eso no tiene duda, y la encontrará en el cuerpo desnudo, plástico, estirado, de la mujer. La contemplación de la belleza es parte esencial de sus fotografías: mostrándose, ocultándose, tapándose, recubierto y transparente, el cuerpo está allí para ser visto. Y admirado. Envuelto en el misterio y el enigma que la piel muestra como una luz. ¡Ah, la luz! Brilla en medio de esos claroscuros o sobresale en aquellos escenarios de las afueras de la ciudad, en talleres o patios interiores. Sin duda, el cuerpo femenino, en estas fotografías, no se muestra de una vez por todas; al contrario, está para ser indagado, reconocido, buscado, porque siempre será visto de distintas maneras, ese cuerpo que está allí, tan cerca, también se encuentra lejos. O a la mano. Pero no es nuestro. Es de nuestros ojos, es decir, de todos y de nadie. Son libres en sus movimientos anchos y ajenos, salidos de un sueño. Jamás de una pesadilla.

 Abelardo Sánchez-León           

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