Cuento de invierno

MI HERMANA. Londres, 2012. Fotografía lomográfica

Cada mañana los mirlos aparecían abajo y sus sombras se alargaban en los jardines. Sus cabezas negras refulgían con el sol y pasaban de un lado a otro de Hallfield Estate. El invierno aún era fresco y la ciudad se dejaba ver como cualquier día de otoño. Las noticias más lejanas reportaban de gente que creía que el 21 de diciembre de 2012 el mundo sufriría un colapso apocalíptico, lo cual me animaba mucho: Londres sería el lugar perfecto para ver morirse al mundo.
Por aquel entonces nos quedábamos hasta la medianoche con mi hermana para ver llegar a los zorros que husmeaban por comida en la explanada del primer piso, y a pesar de que caía una sanción legal por alimentarlos, más de una vez bajamos para dejarles pedazos de pollo crudo. Vivía rodeado de una fauna secreta. Los días transcurrían en un orden de impecable armonía, sin tropiezos, explicándose cada vez mejor la distancia de mi país y sin la compañía de sus inútiles añoranzas. Ser extranjero era lo mejor que me podía pasar.
Cuando llegó aquel 21 de diciembre esperado, mi hermana no estaba en casa. Salí al balcón y todos los árboles estaban intactos, los edificios y las fábricas también. Supe que Londres, o quizás el Hallfield Estate, jamás se vendrían abajo y yo podría navegar sobre ellos en la destrucción. Cogí un papel y lo pegué en la puerta con la intención de que ella lo leyera al volver: "Dicen que hoy se acaba el mundo, estaré corriendo en el Hyde Park". Me puse las zapatillas y tomé la calle Inverness Terrace. Recibí el primer golpe del frío en todo el cuerpo. Continué corriendo hasta el final de mis fuerzas, sin aire, feliz por todos aquellos profetas que estaban siendo echados a la hoguera.

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