Carretera

EL TENDAL. Cusco, 2016. Fotografía digital

Camino a la provincia de La Convención, tras la búsqueda del finísimo cacao chuncho, me encontré con este paisaje recortado por el color de una singular casa. Las horas previas de aquel viaje empezaron en la madrugada por carreteras que simulaban serpientes desde los tramos más altos de las montañas que íbamos pasando. La altura genera un vaciamiento de los sentidos, es como si algunos se fuesen espaciando de los otros para luego reacomodarse: el tacto queda entumecido y la vista se desborda, por ejemplo. El oído queda relegado a la aparición de algún camión. Cuando nos detuvimos y crucé la pista para abordar esta casa, una niña pasó por mi costado, silenciosa y más pequeña aún por la amplitud de esa geografía inmóvil. "¿Vives aquí?", le pregunté. "No", me respondió, y siguió caminando sin poder calcular hasta dónde llegaría. La casa tenía un cerco de piedras en todo su terreno y un cerdito que corría alegre a sus anchas. Nadie respondió a la puerta. Cuando terminé -notificado también por el apuro de mi equipo de producción-, pude darme cuenta que desde la cima de enfrente dos mujeres me venían observando, en clara expectativa de mi presencia. La distancia nos estaba dando una confusión sospechosa. Avancé y desde la base del cerro les alcé la mano para despedirme. Me devolvieron el saludo y siguieron caminado donde pastaban sus llamas.

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