La quinta de Fátima

HOMBRE ARRIBA, HOMBRE ABAJO. Lima, 2016. Fotografía digital

Las ventanas son los ojos de las casas, por ellas todo desfila como una pasarela que se absorbe, se consume, se guarda. También son una abertura del mundo. Quien quiera proponérselo, rompa su propia pared. En el cuento Tristes querellas en la vieja quinta, del escritor Julio Ramón Ribeyro, la convivencia de dos vecinos está declarada por las pugnas que también tienen a través de la pared que comparten, desatándose entre ellos una batalla de agresiones sonoras que solo se puede atestiguar con humor. El autor sabe colocar a los lectores como otros inquilinos, los más fisgones del relato. En esa dirección, las quintas de los barrios limeños son herederas de los solares coloniales, con su franja de luz que era el patio y constituía la aproximación de todos los vecinos: juegos, aniversarios, velorios. Para bien y mal, todos frente a frente.

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