Los cuervos

EMMA. Lima, 2007. Fotografía digital*

Dijo para sí que podría contradecir la mañana, llevarla fuera de su rumbo y empujarla con el dedo a su estómago vacío. Los cuervos picoteaban el ramaje de los árboles y una cascada de hojas polvorientas caía en las raíces.
-Ha venido la primavera en los picos de aquellos cuervos, ¿los ves?
-Es más alto de lo habitual para poder verlo.
-Levántate, lo notarás mejor desde acá.
Se encaramaron a la copa de un árbol y sigilosamente se ubicaron en las ramas inferiores. Desde ahí podían atender la conversación de los cuervos sin participar. Los oyeron intrigados dando sus opiniones de cómo el hambre de un cuervo puede llevarle a arrancar los ojos a alguien; sin darle mucho crédito a esa infamia popular que los condenaba, se rieron dando gorgoritos. La serenidad de los cuervos era contagiosa y deslumbraba en los demás pajaros cierta admiración. Por cierto, estos no sabían lo que era nacer con un estigma fatídico ya que sus destinos habían sido liberados por la vivacidad de la inocencia. Los cuervos crujieron sus picos en las ramas y partieron a volar, dejando los árboles vacíos.
-¿Los oíste?
-Sí. Vamos a otros árboles.

*Portada para el libro Bonitas palabras, de Francisco Izquierdo Quea. Mundo Ajeno Editores

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