Don Elarf

EL CAPITÁN. Yungay, 2008. Fotografía lomográfica

La casa era nuevamente un bullicio, mi hermana había vuelto de Londres y todo se agrupaba junto a ella. Sebastián hablaba en un inglés breve y, a diferencia de sus demás tíos, a mí me miraba fijamente extrañado. Luego de un año reconocía sus contactos: César, su abuela y su tren Thomas & Friends. Por más maniobras que hice al borde de la dignidad, además de llevar una ventaja ánglica respecto del resto, no respondía a mis ingenios. Terminé aceptando que en su universo menor las relaciones dependen de la credulidad.
Mi padre estaba rebosante y en su gesto convivía el orgullo por un relato de las desventuras que pasó mi hermano Jorge, el mayor, cuando en sus épocas académicas se reencontró con el sueño de ser militar. Y es que desde muy niño montaba un caballo de cabeza plástica con cuerpo de palo al que dirigía con una espada, facultades que aún verifica el álbum familiar. Mi padre desveló horas y salarios para encumbrar a Jorge en ese concurso y así ayudarle a dar la victoria que no había conseguido un año antes. Fue también su sueño. Generalotes, periodistas, aduladores, todos se dieron cita para encauzar esa deuda familiar.
Cuando Jorge ingresó mi padre ya lo sabía, confiaba en sus conocimientos, en su duda, y en el premio que tarde o mal debe de traer el destino. Me contó que mi hermano salió airoso con los brazos arriba gritando "¡Ingresé! ¡Ingresé!", y los dos lloraron ensombreciendo la frustración de otros muchachos que se deshacían de la corbata con furiosos insultos: "¡Envarados de mierda!".
Recordamos la foto de aquella vez en que nuestros vecinos se sumaron a la fiesta del 209: la señora Meri trasquilándole el pelo con una enorme tijera; Juancito del Risco sonriendo como un tío que no había; y don Elarf, que compró una caja de cervezas. Mi padre siguió encontrando la plenitud de su historia, pero en mi memoria se transcribía nuevamente el nombre de don Elarf y volví con él a aquel día, irreversible día, en que desde la vereda de enfrente vio cómo su tienda de ropa era asaltada y cruzó la calle como un tempestuoso jinete que en vez de la espada apretaba un cigarrillo. Una bala no le permitió llegar a la tienda, lo detuvo de su arrojo, y a mí de celebrar con mi padre aquella historia.

Comentarios

vargasluna dijo…
Contundente.
Anónimo dijo…
Olá Sandro, obrigado por seu comentário no post sobre o James Nachtwey, realmente ele traduz muita coisa com suas fotografias. O filme documetário é incrível, já assisti algumas vezes.

Um abraço do Brasil.
VC Manager dijo…
efecto militar! también la kiero.

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