El último retorno

PACTO DE CONTINUIDAD. Lima, 2013. Fotografía digital

El padre pone sus manos en el rostro que está en el espejo. Se da cuenta que es una masa suave, tierna al contacto de su calor. El movimiento de sus manos es cóncavo y se va prensando finamente entre los dedos, que son los encargados de dar definición. Mientras realiza esta labor no puede ver lo que está formando porque la amplitud de sus manos en el espacio cerrado no se lo permite. Solo puede recibir la comunicación ciega de su tacto, que es la expresión permitida con el otro lado del espejo, y donde jamás entrará él.

Un día puede retirar las manos del espejo y ve que aquel rostro no es el suyo, sin embargo, hay algo de él en todo aquello que contempla, pero sin certeza. Durante años la certeza que ha ido buscando jamás le ha sido encontrada: por más puertas que haya tocado con ese propósito, siempre daría en las equivocadas. Tras ese largo devenir, vuelve otro día al espejo con la mirada cansina y encuentra un fulgor repentino que lo recibe y le indica que no queda nada por saber. El hombre se cubre el rostro con sus manos en señal de finitud, de un agradecimiento jamás conocido, y siente el retorno de aquella masa tierna que se acomoda nuevamente entre sus manos, cálidamente, como el molde de una máscara interna que ya no encaja con nada de afuera.

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