El huracán

MATTIE. Lima, 2012. Fotografía digital

Cuando te echaste a correr despavorida, me dijeron que vendría el huracán. Tú eras su señal. Entonces preparé todos mis pertrechos para esperarlo desde el viejo terraplén en el que se apoyaba mi casa. No hay ninguna salida para el que decide quedarse. Los más viejos me habían enseñado a cómo embestir y esta vez no sería la excepción, así sea la naturaleza la que se ponga al frente. Observé que aquellas aguas que eran el remanso donde aprendí a nadar se fueron convirtiendo en los turbulentos maretazos que empujaba la borrasca. El mar se levantó como una cobra que ensancha su cabeza para cazar a la presa y hundió su furia contra la tierra, yo estaba en su camino pero me fijé con mi brazo más fuerte de las vigas del muelle hasta perder el conocimiento en su sedante burbuja.

Mi cuerpo había varado en el terraplén y los viejos me despertaban de mi embotamiento. Con sus palmas dando contracciones sobre mi pecho, me decían: "¡Ves, lo lograste! ¡Bota todo lo que queda porque eso te salvará!". Un chorro arrojado por mi boca fue lo último de toda esa enorme cobra. Volví a casa lentamente mientras veía cómo todos recuperaban sus cosas entre el anegamiento que ya se retiraba al mar. Las paredes estaban con la pintura fresca pero descascarándose en bolsas de aire al mismo tiempo, con un profundo olor a musgo. Lo superficial había sido despojado o se iría en los próximos días; los pilares estaban fuertes. Puse una bandera sobre mi casa para marcar la dirección que nos destina el viento. Tú seguías corriendo hacia el otro lado.

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