London
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THE ENGLISHMAN. Londres, 2013. Fotografía analógica |
Busca los charcos de lluvia para pasarlos con las ruedas de su scooter y llegar antes de las nueve a la escuela, donde lo espera miss Reynolds. “Hi, Sebastian”, le dicen por la calle mujeres y niños que transitan apurados sin perder la calma, delineando sonrisas que han sorbido la mejor leche. Por la tarde pasea sobre mis hombros y lo reto a que toque los carteles de los bares que salen a nuestro paso. Se siente elevado y su trayecto obtiene una nueva dimensión sobre los aires: cree estar preparado. Patti lleva las bolsas del mercado y nos vamos a la casa a cocinar.
"Pon música, yo cocino". Está bien, le digo a Patti, pero
antes abro una botella de London Pride y saboreo su densidad de color rojo, tan
seca como un trago de achiote. Sebastián juega en el piso de la sala con unos
insectos eléctricos que compiten en una pista de alta velocidad; de cuando en
cuando se asoma por la ventana pasaplatos y pronuncia la palabra
"Mum". Love is a burning thing and it makes a fiery ring...
Patti dice que pongo música de viejos y me enumera una relación de bares a los
que no debo de faltar porque son el refugio de antiguas añoranzas. Huele a cordero.
I fell into a burning ring of fire, I went down, down, down and the flames went
higher... Sebastián abandona el piso y con sus manos sopla una trompeta imaginaria
que la trae detrás de mi oído; considero que ambos, a distinta interpretación,
se burlan de mi gusto musical. Me pide que la repita.
Patti come tanto ají tailandés que debe correr al caño por agua: un
chorro ininterrumpido la deja fuera de nuestra conversación. Corto la carne para
Sebastián. La mesa nos queda pequeña por la ruma de cuadernos y lápices que
cruzan palabras y dibujos para miss Reynolds, cuyo nombre siempre invoca
Patti para enmendar la afición por el juego que se apodera de su hijo antes que
el spelling. ¡Qué adversidad, tan angélica miss no podría ser tomada de
un uso admonitorio! "¿Ya pasó?", le pregunto a su regreso a la mesa y
me responde rechinando los dientes. Mastica un brócoli y nos reímos, como años
atrás cuando nos agotábamos corriendo a oscuras tras un supuesto fantasma que
partía desde la cocina y nos daba cosquillas en la cama. Ya no hay más London
Pride, ella abre un vino francés y le pide a Sebastián que se ponga la pijama.
Me pregunto si mañana me repetirá ese abrazo que me dio el primer día cuando
fue a visitarme a su cama, porque el cuarto de paredes azules donde duermo con
Sonic & Shadow, y que recibe los amaneceres radiantes de invierno jamás vistos, me ha
sido prestado por él como un juego cuyas reglas están impuestas por la ternura.
Patti recoge la mesa y me pregunta si quiero algo más.
"Estoy lleno", le respondo.
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