El brigadier

EL SILLÓN DE PACHACÚTEC. Callao, 2015. Fotografía digital

El plan ya estaba dado, nos repartiríamos a los dos extremos del corredor, unos vigilando la escalera del fondo y otros hacia el patio principal, de donde siempre venían los profesores. Luis, el brigadier del salón, quedó solo conmigo ante el aviso: "Entra, yo te cuido", me dijo. Era un viernes por la noche que nuestros padres se habían reunido para coordinar las actividades de nuestro último año escolar. No había personal y el quiosco estaba desguarnecido: esa caja azul que era el centro de la codicia en las horas de refrigerio, tenía una ventana sin cerrojo. Luis la levantó y yo entré como un rayo, pasándole galletas, chocolates, chupetines y todo lo que podía sacar en tiras largas para mayor repartición. Él guardaba dentro de sus bolsillos lo que podía y el resto lo iba pasando rápido, de mano en mano. Alguien dio una señal y todos se esfumaron, hasta Luis que me dejó en un apagón siniestro dentro del quiosco. Quedé ansioso mirando por el resquicio del mostrador, esperando el momento indicado para escaparme y volver a casa con inocencia.
El lunes fuimos denunciados por la señora Elena a la dirección. Ella era la concesionaria del quiosco y esto había puesto muy enojado al director, el mismo que usó los altavoces del colegio para anunciar que habría castigo para los responsables. Entró al salón durante la clase de Lengua y pidió levantarse a quienes sepan algo del robo. Todos mirábamos expectantes quién sería el primero en acusar. El silencio fue tenso y descubrió que habría muchos involucrados, hasta la señorita Beatriz se defraudó de nosotros bajo esos lentes que empequeñecían sus ojos verdes como dos cuentas. Al no tener resultados, el director decidió llevarse de cinco en cinco a su oficina por orden de lista. La clase proseguía sin comentarios y cada vez que regresaba alguien nos prendía la duda sobre su declaración, pero no podíamos saber nada, obtener nada, seguíamos en clase y la señorita Beatriz estaba imperturbable. Cuando me tocó ir, Luis me miró desde su esquina y empañó la cara, como si ya tuviese la línea de su cuello marcada por el verdugo. "Ramírez, sabemos que usted entró al quiosco, dígame con quién lo hizo..." Muchas cosas pasaban por mi cabeza en esa silla, por un lado la venganza de haber sido abandonado por el brigadier y por otro la paliza que él recibiría en casa dada la fama de su papá, la cual la tendría bien merecida y sería de doble justicia. Pero sobre todo, la vergüenza de traerme abajo todo un sistema de honor: Luis, el brigadier del salón, y por grado el de todo el colegio, acabaría también con la institución si se le reconociese culpable. "Estuve solo, señor director" fue mi respuesta. Me miró con un mohín en la boca, no quiso negociar más con lo que ya sabía perfectamente. "¡Queda suspendido cinco días!". Salí de la dirección resignado a la golpiza que me correspondería, pero ya estaba acostumbrado, en todo caso me tocaba prepararme para la peor de todas. Volví al salón y me puse al día con la clase, sin mirar al resto. Empecé a sentirme bien con mi castigo, pensé que mi problema quedaría en casa pero ya no en el colegio, donde se sabría pronto quiénes fueron los acusadores. Cuando tocó la campana del recreo nadie salió efusivo, era como si todos volviésemos a ser los extraños del primer día de clases de nuestras vidas. Luis me buscó con disimulo y antes de que abra la boca, le dije: "Confesé que estuve solo". Reaccionó con una alegría nerviosa, insuperable, y no sabía si abrazarme o echarse a mis pies; lo único que sabía era que estaba a salvo y el diluvio divino no caería sobre él. "Gracias, muchas gracias..." seguía repitiendo en mi oreja a la vez que con las manos quería hacer aparecer algo que nos retribuya. "Toma esto, por favor", y sacó de su bolsillo un caramelo Halls aplastado, con pelusas en la envoltura. Era un excelente tacaño.
Esos días me quedé encerrado haciendo muchas tareas y cumpliendo en la casa con todo lo que me ordenaban. La única forma de ir a la calle era sacando al perro. Me enteré que medio salón estaba vacío y las clases eran un tanto aburridas, también que muchos se habían enemistado por sentirse traicionados por sus mejores amigos. Luis y yo nunca fuimos grandes amigos pero me dio gusto que esté asistiendo a clases con su cordón rojo, siempre luchando por los primeros lugares. En su casa estaba todo tranquilo y en la mía ya se hablaba de otras cosas. Yo era el héroe del brigadier. Mi exilio había fundado nuestra lealtad de ladrones.


Comentarios

Anónimo dijo…
ME SUPER ENCANTA Y ME EMOCIONA HASTA UN LIMITE TAN ENTERNECEDOR DE MIS QUERIDOS DELINQUENCILLOS JUVENILES .....EN OCASIONES FANTASEABA INTENTADO ADIVINAR EL FUTURO DE ESTE GRUPO MI TALÓN DE AQUILES Y SI TEMÍA UNO DE ELLOS PODRÍA LLEGAR A SER UN CABECILLA DE ALGUNA MAFIA POR SUS CARACTERISTICAS PERSONALES PERO GRACIAS A DIOS FUE UN ERROR MÁS EN MI VIDA Y HOY ES INGENIERO DE SISTEMA PERO SOBRETODO UN DULCE Y TIERNO PAPÁ Y NO ERA DE ESTE GRUPO! ORGULLOSA ME SIENTO DE TÍ NO POR TUS DOTES PARA DELINQUIR SINO POR LO LISTO PARA RAZONAR Y POR EL TALENTO PARA ESCRIBIR! GRACIAS POR COMPARTIRLO Y UN BESO DE LA ABUELITA DE PIOLIN!

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