Bobby

BOBBY CARCASSÉS Y EL HUESO. Cuba, 2017. Fotografía digital

Estuve en La Habana y este señor, multinstrumentista y semblante poderoso del jazz afrocubano, me hospedó en su casa como un hijo. Bobby Carcassés es un artista del que puede escribir el New York Times mientras camina a la panadería de su barrio, en el municipio de Playa. "Esta tienda es particular, la del frente es del Estado. Cuando no hay allá, hay aquí, pero es lo mismo", me dijo cuando salimos de comprar el pan y nos fuimos a buscar chicles. Bobby practica la meditación y pinta cada mañana, dibuja con trazos finos, habla con Cecilia y también toca la trompeta suavemente como otro ejercicio del día. Este hombre, que con simplicidad ha podido poner su talento en otro lugar del mundo, vive en Cuba y sigue componiendo. Esos días transcurridos con su familia son mi cuaderno de bitácora, el repunte de aquel viaje donde también apareció 'El Hueso', productor musical que se convirtió en mi productor de campo y desató la locura.  
Un gesto de Bobby que me dejó en inferioridad numérica se cumplía todos los días a las 8:30 am: me preparaba el desayuno. Nunca quiso que yo lo haga, tampoco quiso recibir nada a cambio. ¿Puedo vivir tranquilo con eso? Confieso que no, que trastoca muchas de mis autonomías, equidades y sensibilidad. Al volver a Lima, le escribí y le dije que quizás sus manos eran las de mi padre transportadas hasta allá para cuidarme. Aun así, mi último día en su casa me ofreció la revancha de despedirme cocinándoles carapulcra (plato tradicional hecho con papa deshidratada y cerdo), cita a la que llegaron más invitados que repetían sus porciones. En un pequeño ejercicio de geografía, el Perú y Cuba cabían en una mesa. Viví un privilegio.

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