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EL SUEÑO SIN PELIGRO. Lima, 2014. Fotografía analógica

El boom inmobiliario de Lima también me permitió entrar a las casas que fueron vendidas para convertirse en edificios multifamiliares. Lo que antes era para pocos con jardines y patios solaces de primera planta, ahora se elevaba para decenas o cientos con acceso a ventanas. La época de expansión demográfica se abría paso con la funcionalidad de espacios estrechos. Habíamos crecido.  Cuando una casa está abandonada, es tuya, te implantas como la podrían haber dominado sus antiguos dueños. Nadie te echa. Ese día colgué la ropa y el viento tomó formas extrañas. Caminé por los dormitorios y asumí el de alguien anciano por el frasco de pastillas y un rosario como si la fe solo fuese la salvación para los más viejos; el contorno de la cabecera de la cama estaba delineado por el polvo. Volví al jardín interior que era una isla cautiva que ya recibía los desechos de la construcción del costado: paltos, papayos, rosales, hierba mala, todos inclinaban sus cuellos a la pena de muerte. Aún así, ese rezago vegetal no había podido irse y fue entregado como parte del botín. El viento, que no es de nadie y su principio es la mudanza, empujaba la ropa colgada y luego se iba.
 

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