Historia clínica

HORARIOS DE UNA CURACIÓN. Lima, 2018. Fotografía digital 

Jueves 6:30 am. Dolor abdominal intenso. La manzanilla no remedia nada. Vómitos. Debo llegar al trabajo. No debo llegar al trabajo. ¿Aló? Por teléfono nomás... Salgo a la clínica. Taxista: Señor, ¿qué música le pongo? Yo: Solo quiero que me lleve rápido. Carlos me recibe en el tópico y recuesta en la camilla. Presiona distintos lados de mi vientre. No es apéndice. Tampoco vesícula. Es uréter. Mañana a primera hora con el urólogo. El suero baja por mi brazo y calma el dolor. Recupero el color. El hambre. Jackie se ha enterado y está en recepción con sus libros y exámenes por corregir. 2 pm. Almorzar sabe bien porque no lleva ningún costo de mi cuerpo. Voy a caminar y luego descansaré. 6:30 pm. El dolor vuelve como un enfriamiento del estómago. Se hace gradual. Carlos, me está doliendo... ¿En qué lado? No lo sé, es todo. Sigue dándome tus síntomas por teléfono, puedo estar en dos horas en tu casa. Duermo, quizás sea la mejor anestesia. No quiero llamar a nadie más, solo tiene que venir el doctor. Él sabrá qué hacer. Fiebre. Tirito. ¿Puedes venir más rápido? No aguanto... Estoy en camino. Tocan la puerta. Voy cubierto de los pies a la cabeza. Me hunde los dedos por segunda vez, con mayor presión al lado derecho. Es apendicitis. Déjame hablar con un colega que es cirujano estomacal. Marca un número. Esperamos. Una zozobra me invade sobre el dolor y clava su bandera. Está en el hospital; vamos a verlo. Llegamos en cinco minutos. Las puertas de los hospitales son el trajín de la desesperación: hombre en silla de ruedas se aprieta el corazón. El doctor aparece y pasamos los controles sin identificación. Otra vez en una camilla. Presiona mi abdomen como un globo y quita los dedos de un salto: ¡Au! Párate de puntillas y déjate caer con fuerza sobre los talones. Sí, es apendicitis. Nos da la dirección de una clínica donde nos dará el encuentro. 10:48 pm. En breve estoy en mi tercera camilla recibiendo más analgésicos por la vena. El médico que me recibe llena una ficha con mis datos y dice que es peritonitis. ¿Cómo?, me diagnosticaron apendicitis. Se queda callado. Lloro pensando en una explosión infecciosa que no veo. Estoy rendido. La enfermera me pincha con remilgos. Hinca todo lo que quieras, eso no me duele. Que me conviertan en faquir. Carlos entra y me pregunta cómo estoy. Toca mi hombro y cuando le digo de la peritonitis me guiña el ojo. El otro doctor deja su escritorio y me pulsa la barriga. No es peritonitis, cuando lo es, el estómago se pone rígido como tabla. Doctor hijo de puta, pienso. Me levanto a vomitar. Mi padre quiere venir a verme pero lo contengo. El dolor está controlado. Me pongo una bata quirúrgica, el gorro y unos zapatos desechables que son los que uso cuando fotografío en estudio. Porto algo que domino. Entro al quirófano. Recuéstese en la camilla y ponga los brazos a los lados. Me ponen dos tablas por debajo para que mis brazos se extiendan como un aspa. Me quitan la bata. Estoy desnudo. Entra Carlos a la sala, me da confianza que asista al cirujano. ¿Cómo te sientes ahora, Sandro? Como la figura de da Vinci. Entra el anestesista y se presenta amigable, con cancha. Sabe que eso infunde en los pacientes. Lo recojo. Le pregunto por la morfina, que dos amigos hospitalizados me han dicho que es rica... Esto que te voy a poner es la mamá de la morfina: diez veces más fuerte. Me siento e inyecta la sustancia en mi columna. Es un relámpago que me paraliza hasta los pies. No puedo moverme. Solo siento mi corazón. Atrás, los enfermeros se ríen de otras cosas y se preguntan por la música. Recuerdo mi primera cirugía que fue en el dedo pulgar, con el doctor J. J. Rodríguez y su esposa, una pareja tierna. A ella le pedí bossa nova. Estos chicos encuentran en la radio a Romeo Santos. El anestesista está a mi costado como un oidor, observándome la cara en todo momento. ¿Te puedo pedir que apaguen esa música espantosa? Giro a la pantalla y veo por primera vez mi cuerpo, no la abstracción que tapa la piel: mi cuerpo. Un ducto rosado con membranas grasosas que se abre a la luz de la micro cámara. Gancho. Pinza. El apéndice es arrancado por cauterizaciones. Lo absorbe un tubo. Se acabó. No hay apéndice. No hay bachata. Puedo dormir hasta que el adormecimiento se desvanezca. Mañana vendrá el doctor y me dará de alta. Viernes 3:12 am. 

              

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