Emilio

Antes de don Emilio fue Valverde, pero a él solo lo conocí por fotos. Hay una que tomó mi padre en la que mi madre está en la azotea con Oso, nuestro perro lanudo. A su lado los acompaña un hombre con pantalón de boca ancha, sonriente por el salto que da Oso para abrazar a mi madre. Es Valverde. Su recuerdo es una foto en blanco y negro. A don Emilio lo conocí a color. Era el conserje de nuestro edificio y siempre nos corría por jugar pelota en los pasillos. No le gustaba que manchásemos las paredes ni que molestemos a los vecinos tronándoles las puertas, así que esperábamos a que se vaya o nos íbamos finalmente a la pista. Siempre nos miraba enfadado, como una estrategia para que le obedezcamos a cualquier precio, incluso echándonos como moscas, con algunos carajos. Mi padre decía que Valverde mantenía el edificio impecable, con los pisos brillantes, pero no sé si esa comparación fue porque don Emilio llegó más viejo, o porque la generación que le ocasionó los más grandes estropicios estaba en incubación. Ahora, jubilado, vive en una de las habitaciones de aquella azotea. Mi padre se opuso cuando lo quisieron sacar de ahí, tras los intentos de una vecina que quiso colocar a un pariente en ese cuarto. Le parecía absurdo que tras cuarenta años de servicio, sin un seguro por cese, no se le brinde al menos una casa para sus últimos años. Los que aducían que don Emilio era un gasto, tuvieron que retroceder. Un día lo vi sentado en un sofá desvencijado, a la sombra de una de las paredes de aquella azotea, y me acerqué para conversarle. Supe que tenía 86 años y su cumpleaños es el 24 de junio, Día del Campesino. Ya no lucía molesto, tenía otro brillo en sus ojos. Tampoco era necesario que me corra con su escoba: ya lo entendía. Pero no podía asumirme completamente adulto a su lado, era inevitable desintegrarme en planos distintos donde el de mi infancia le debía unas disculpas, y el de mi adultez un cariño. Le pedí hacerle un retrato al día siguiente. Creo que la fotografía me ha permitido expiar algunos desarreglos acercándome de otra manera a la gente. A veces ser niño es quedar impune. Volví al otro día y mi padre me llamó para avisarme que estaba esperándome con don Emilio en su casa, y ante su puntualidad le había invitado un poco de whisky. Subimos los tres a aquella azotea de blanco y negro donde antes estaban Valverde, Oso, mamá y papá. Pero Emilio pertenece al color de mi niñez.                            



EMILIO, de la serie Mi barrio. Lima, 2019. Fotografía analógica

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